El pasado siempre vuelve

Hace algunos días, el pasado toco a mi puerta en forma de persona. Resulta que siempre vuelve o mejor dicho, vuelven. Me dicen que voy dejando huellas imborrables y por eso siempre me mantengo presente. Deben pensar que es culpa mía, que tal vez doy oportunidad para que regresen. La realidad es que soy de las personas que luchan por mantener el barco a flote ante la tormenta más oscura, pero una vez que la sensación de ahogo es inevitable, tiro el ancla y nado en dirección contraria sin siquiera mirar atrás. Cierro ciclos rápidamente, cierro puertas y tiro la llave. Esto aplica para cualquier situación.

Tampoco guardo rencores, me quedo con lo bueno y lo aprendido, porque sí, de cada persona o experiencia algo positivo queda. Siempre existirá algo que rescatar. A eso responsabilizo el que siempre encuentren una ventana por donde regresar, porque, aunque dejo en claro que en ese barco no vuelvo a navegar, sí te daré mi mano para que reconstruyas ese barco y salgas a navegar nuevamente. Es que para bien o para mal, no soy una persona indiferente ante el mal de los demás, soy de las que te escuchan, de las que siempre tendrán una palabra de aliento hasta para su peor enemigo. Creo fielmente que, si la vida nos trata de manera amable debemos retribuir.

La vida es más ligera sin rencor, rescatando lo positivo de cada experiencia. Claro está, hay males y males, esos que no podemos atender ni desde el balcón de un décimo piso, y situaciones en que los límites son necesarios. Afortunadamente para mí, desde siempre he sido una persona a quien el pasado una vez superado no le afecta, no le abre viejas heridas. El pasado siempre vuelve de alguna manera, nosotros decidimos como le abrimos la puerta y cuanto tiempo estará de visita.

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Las cartas que nunca voy a entregar

Si me conoces, a la primera pensarás que soy una persona muy cerrada, hasta podrán tildarme de insensible, pues siempre me ha resultado bastante difícil eso de comunicar mis sentimientos abiertamente. Pero mi cruda realidad es que soy bastante sensible, y en ocasiones han entrado a mi vida personas que han abierto esa puerta, a veces termino vaciando todo lo que tenía reprimido de un tirón, algunas lo han halagado, otras se han convertido en parte fundamental de mi vida, a otros no les pareció muy conveniente, hasta me llamaron débil por ello. Con algunos se puede, otros simplemente se irán.

Si hay algo que carcome lentamente, es aquello que nunca dijimos, porque no fuimos capaces o porque no nos lo permitieron. Eso lo he sufrido intensamente en un profundo silencio, porque nunca me arrepentiré de hacer saber a esas personas capaces de abrir esa cerradura de la sensibilidad lo que significaron en mi vida. Pero qué pasa con esas personas que al abrir la puerta deciden dar media vuelta e irse…

Dicen que escribir resulta terapéutico, y precisamente esa ha sido mi respuesta desde hace años. Vaciar todo aquello que no pudo ser dicho en papel, como si estuviera frente a mí a quien son dirigidas esas palabras. He reído, he llorado, han venido recuerdos perdidos, he perdonado, me he perdonado, he dado el último adiós, he encontrado la libertad. Es por ello que, Cierro capítulos escribiendo cartas que nunca voy a entregar.

Buscando paz

Iglesia de la Merced. Casco Antiguo, Panamá.

Hace unos años en uno de esos malos días, iba pasando por este lugar, mi mente era un caos e involuntariamente me llevo a esa iglesia. Desde ese día, se ha convertido en uno de mis lugares de refugio, de encontrar paz y de calmar mis pensamientos. Más que tratarse de una iglesia, es un sitio donde sientes que puedes encontrar lo que estés buscando.

Una vez entras es oscura, hasta que tus ojos empiezan a adaptarse a la luz que atraviesa los vitrales y las velas. Y el silencio, puede estar abarrotada y todo se mantendrá en completo silencio, algo que no es tan común en otras iglesias, donde escucharas un celular sonar, una carcajada o algún murmullo de conversaciones lejanas. Es precisamente esto lo que me atrapo desde el primer día, ese silencio que te permite darle paz al caos mental, un silencio en el que no escuchas absolutamente nada o que puede escuchar a la perfección tus pensamientos.

Dentro de esas paredes he sido vulnerable, allí se han quedado mis tristezas y también alegrías, he encontrado el camino que daba por perdido, he encontrado la paz y la calma. Allí he experimentado la fe, he sentido que mis problemas no son tan grandes, encontré la solución a esos problemas, tome decisiones importantes, he dejado ir, he llorado, he perdonado y he recibido palabras que necesitaba de personas que ni siquiera conocía.

Cuéntame ¿Tienes algún lugar que represente lo mismo para ti?

 

Lo que queda

Hoy he escuchado una canción de un género que nunca fue de mi agrado, y allí me encontraba, cantando como si fuera una de mis favoritas. La realidad es que le debo ese nuevo gusto adquirido a un “aquel” que era fanático de esas canciones.

Es que a lo largo de nuestra vida dejamos entrar muchas personas, para ser más claros, amores. Amores que una vez terminados, deseamos que nunca se hubieran cruzado en nuestro camino, pero una vez pasado el duelo y viendo con luces largas, se despeja ese camino y vemos lo que nos queda de esas personas porque, aunque lo queramos negar siempre nos quedará algo. Aquel con quien nos atrevimos a dar nuestro primer beso. Esa persona que nos dio nuestra primera lección del desamor y que, al final nos prepara para las demás relaciones.

Y luego están los que te dejan con los detalles más simples, tal vez para ellos no tuvo mucho significado, pero en nuestra memoria quedarán para el resto de la vida. Como aquel que te llevo flores por primera vez, el que te llevo al concierto de tu cantante favorito y cantaron juntos a todo pulmón ese día. Ese que te enseño un plato de comida que ahora es uno de tus preferidos. Aquel que se quitó la chaqueta para que no te sentaras directamente en el suelo. Aquel que en uno de tus peores días te dijo: “desde el día que usted me conoció no está sola y nunca lo estará”, y lo cumplió, solo que simplemente, no pudieron ser.

Otros, por más que tratamos de recordar, simplemente no podemos, pasaron por nuestra vida sin dejar rastro de positividad, más que el hecho de enseñarte amor propio y a conocer aquello que no merecemos, lo cual a la larga no está mal.

En lo personal, siempre prefiero que sean los detalles, los buenos momentos, los lugares descubiertos, las canciones compartidas. Así vamos aclarando el camino y el corazón se va haciendo más liviano, liberándolo y preparándolo para la próxima llegada.

Los detalles en la simplicidad

Sentarse y contemplar el paisaje frente al mar. Las sonrisas de complicidad. Las miradas tímidas y hablar entre miradas. Los abrazos inesperados y apretados. Los amaneceres y las puestas de sol. Los cantos en el auto. Las conversaciones nocturnas. Los andares silenciosos. Las melodías a guitarra. Los momentos entre amigos. Esa charla como si el tiempo no hubiera pasado después de un largo tiempo sin ver a ese amigo. La cena a la mesa en familia.

Cantar a todo pulmón tu canción favorita en ese concierto. Manejar solo en compañía de la música. Leer un libro con tu mascota en tu regazo. La compañía aún cuando no te apetezca hablar. Los bailes discretos y serenos. Cuando sostienen tu mano en señal de todo estará bien. Ojear los álbumes de recuerdos. El calor de una taza en una noche fría. Recorrer a pie tu calle favorita. Las sábanas recién colocadas. Petricor. La luna en todas sus fases. Un mensaje especial luego de un día difícil. Un mensaje escrito a puño y letra. Y sentir la arena bajo tus pies. 

Y ti, ¿qué simplicidad te hace feliz? 

Casi normal

Hoy he pasado la noche en un lugarcito de esos que forman parte de nuestra rutina, una bonita plaza en la que quedar de plan con los amigos o la familia. Uno de esos tantos lugares forzados a cerrar sus puertas y que lentamente tratan de regresar a la normalidad. Con la pandemia paso a ser un desierto, lo miraba con añoranza al pasar de camino al trabajo.

Después de tanto tiempo volví, en una agradable y fresca tarde, como yo, muchos decidieron ir a la plaza. Por primera vez nuevamente parecía cobrar vida, por un lado el bullicio de los padres jugando con sus hijos, por otro, los puestos del mercado urbano y la terraza repleta de grupos de amigos. Casi normal, así parecía todo, de no ser por el llamado de atención ocasional de aquellos que estaban sin mascarilla, la limpieza constante de mesas y aquel recelo de algunos por tener cerca a un desconocido.

Con todo lo vivido, pasamos a extrañar la rutina, esa que en algún momento pareció aburrida, vacía. Al menos eso me ha pasado a mi. Volver poco a poco a los lugares de siempre, se siente bien, te hace apreciar lo cotidiano. Encontrarte con esas personas que tal vez no apreciaste como debías, pero que en los peores meses vinieron a tu mente, y te preguntaste, como estará, el señor que te despachaba café en el puesto fuera del trabajo, la vendedora ambulante del semáforo… Se extrañaba el ruido, las plazas llenas, los mercados, se extrañaba lo que nos hacía sentir normal.

Definitivamente es bueno escapar, pero lo rutinario nos complementa.

Simona

Hace ya casi 5 años de la llegada de Simona a nuestras vidas, se trata de mi gata. Simona quien en un inicio era Simón (de allí el nombre tan teatral), la encontré bajo mi auto el día que me dieron el alta por una cirugía, era muy pequeña, la lleve a mi casa por el mal estado en que se encontraba y con el pensar que le buscaría un hogar, que al final resulto siendo el mío. Antes de Simona, ya tenía a Lucas, mi adorable amigo perruno, nunca había tenido un gato de mascota, así que no sabía que esperar. Luego de la cirugía me enviaron un mes a casa, durante ese mes tenía que guardar reposo, la diferencia de contar esta historia ahora es que el confinamiento de aquel tiempo y que antes contaba como proeza, hoy todos lo pueden entender, con la única diferencia que mi confinar se redujo a incontables horas en la cama.

Mi madre siempre reclama que tengo cierta preferencia por Simona, ante mi perro y otra gata, preferencia que yo llamaría conexión. En el período de reposo tras la cirugía, prácticamente Simona se convirtió en mi única compañía, ella se recuperaba de los estragos de la calle y yo de la cirugía, en las horas de terapia me seguía por la casa y una vez terminaba ambas volvíamos a la cama. Instintivamente en los momentos en que yo más sentía dolor, la pequeña se acurrucaba sobre mí y ronroneaba sin parar, lo que al final sí que calmaba el dolor.

Siempre he dicho que Simona llego en el momento preciso, ella hizo aquel encierro más llevadero, me motivó, me dio un propósito al tener que preocuparme por su recuperación. Si bien es cierto, a medida que fue creciendo su carácter cambio por uno muy independiente, travieso e incluso indeferente, hay ocasiones en que es como si reviviéramos el momento de recuperación. En los peores momentos y días más difíciles, me mira fijamente con sus ojos color ámbar, se acurruca sobre mí, de nuevo se convierte en aquella gatita indefensa que no sabíamos si sobreviviría. Adoro a mis otras mascotas, gracias a Simona decidí más tarde darle hogar a otra gatita, pero ciertamente con Simona la relación es especial, y no, no es preferencia, es conexión, de dos seres que se encontraron en su peor momento y lograron salir de el.

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Cinco meses

Cinco meses son los que me han llevado encontrar la inspiración o tal vez las ganas de volver a escribir. Aunque pueda parecer repetitivo, ya lo comentaba por allá en noviembre, sobre como algunos compañeros no encontraban la inspiración para escribir. Todo es muy abrumador cuando acostumbras a ser alguien que solo para al dormir. Como encuentras la inspiración que te ha abandonado hace meses.

Como bien ha mencionado Manoloprofe en su última entrada, El reto nuestro de cada día:
“Escribir no es algo automático, sino provocado, querido, deseado y llevado a cabo, con la satisfacción de cumplir el reto, hacer lo que nos gusta y la alegría de saber que alguien nos está leyendo…”

De eso se trata escribir, de la satisfacción que sientes al terminar un escrito, el hacerlo sin sentir que es una obligación y que no son solo palabras vacías sin un sentido. 

Hace un par de días conversaba sobre el tema con un colega, me cuestionaba el por qué de mi agobio, ya que afortunadamente no me he visto afectada directamente por la situación. Pero como te haces indiferente cuando estas rodeado de pérdidas, aunque no sean de tu entorno más intimo, cuando tu libertad fue interrumpida, sumado a la incapacidad de cruzar fronteras cualquiera sea el motivo. Al ver el panorama bastante oscuro, muchos decidimos dejar de lado las pantallas un tiempo. Y el teclado.

A pesar que todo suena bastante catastrófico, los últimos meses han sido muy beneficiosos. Aprendí a alejarme de las pantallas y disfrutar realmente de los y lo que me rodea, a aceptar nuevos retos tanto a nivel profesional como personal, dije adiós a algunos cuantos y le abrí las puertas a otros. También le di gusto a los pequeños placeres, a esperar el atardecer en la terraza junto a mi perro y mis gatas, a manejar sin rumbo fijo, a sentarme a la orilla del mar, a leer un libro en dos días y a pasar otro descubriendo nueva música.

Y así, cuando menos lo esperas, en el momento no programado, todo fluye, con esa misma ligereza que sientes después de meses de hacer pausas, de enfoque a nuevos horizontes, con una que otra pena y con más batallas ganadas.