Hace algunos días, el pasado toco a mi puerta en forma de persona. Resulta que siempre vuelve o mejor dicho, vuelven. Me dicen que voy dejando huellas imborrables y por eso siempre me mantengo presente. Deben pensar que es culpa mía, que tal vez doy oportunidad para que regresen. La realidad es que soy de las personas que luchan por mantener el barco a flote ante la tormenta más oscura, pero una vez que la sensación de ahogo es inevitable, tiro el ancla y nado en dirección contraria sin siquiera mirar atrás. Cierro ciclos rápidamente, cierro puertas y tiro la llave. Esto aplica para cualquier situación.
Tampoco guardo rencores, me quedo con lo bueno y lo aprendido, porque sí, de cada persona o experiencia algo positivo queda. Siempre existirá algo que rescatar. A eso responsabilizo el que siempre encuentren una ventana por donde regresar, porque, aunque dejo en claro que en ese barco no vuelvo a navegar, sí te daré mi mano para que reconstruyas ese barco y salgas a navegar nuevamente. Es que para bien o para mal, no soy una persona indiferente ante el mal de los demás, soy de las que te escuchan, de las que siempre tendrán una palabra de aliento hasta para su peor enemigo. Creo fielmente que, si la vida nos trata de manera amable debemos retribuir.
La vida es más ligera sin rencor, rescatando lo positivo de cada experiencia. Claro está, hay males y males, esos que no podemos atender ni desde el balcón de un décimo piso, y situaciones en que los límites son necesarios. Afortunadamente para mí, desde siempre he sido una persona a quien el pasado una vez superado no le afecta, no le abre viejas heridas. El pasado siempre vuelve de alguna manera, nosotros decidimos como le abrimos la puerta y cuanto tiempo estará de visita.